En esta temporada musical he tenido la
posibilidad de escuchar en directo a tres de los más excelsos violinistas —todavía
felizmente muy jóvenes— de la actualidad: la holandesa Janine Jansen (Soest, 1978),
el ruso Maxim Vengerov (Novosibirsk, 1974) y la norteamericana Hilary Hahn (Lexington,
Virginia, 1979), a los que cito por orden de comparecencia.
En el pasado mes de octubre, Janine Jansen ofreció en Madrid el
Concierto para violín y orquesta de Brahms, acompañada por la Orquesta Nacional
de España bajo la batuta de Josep Pons. Fue el suyo un planteamiento exquisito
en lo tímbrico, de paladeados matices y embrujadora evanescencia. Versión, en
suma, de auténtica belleza, que supeditó el arrebato al perfil más lírico de la
obra. Como propina, nos obsequió con una impecable pieza de las Sonatas y Partitas
para violín solo de Bach —compositor especialmente querido de la artista— en la
que demostró su acostumbrada flexibilidad, gracia y adecuación estilística.
Janine Jansen |
En el mes siguiente asistimos al recital de Maxim Vengerov, el mayor de
este trío de ases, retirado temporalmente entre 2007 y 2011 para cursar
estudios de dirección de orquesta. En efecto, acudió como violinista y director
de la Orquesta de cámara de Polonia, con un amplio programa consagrado a Mozart
(Conciertos para violín y orquesta nº 4 y 5) y tres obras de Tchaikovsky (Serenata
melancólica, Recuerdo de un lugar querido y el Vals-Scherzo, op. 34). Del
primero ofreció una visión bastante equilibrada, de no poca robustez, delicada
sin excesos y con la perfección técnica acostumbrada. Pero fue en la segunda
parte del concierto donde en verdad nos dejó atónitos. En estas piezas de pura cepa rusa, nuestro músico se lució en intensidad expresiva, pátina melancólica sin
amaneramientos y elegancia suprema. Una maravilla que prolongó en las diversas propinas
de Saint Saëns, y que quizá no supo apreciar como debiera un público de edad avanzada con
incomprensibles ganas de marcharse.
Maxim Vengerov |
Mucho más reciente ha sido la presentación, el pasado 8 de mayo, de
Hilary Hahn junto al pianista Cory Smythe en la sala de cámara del Auditorio
Nacional, dentro del ciclo Series 20/21 que organiza el Centro Nacional de
Difusión Musical. Se trataba de dar a conocer, junto a piezas de repertorio,
alguna de las incluidas en su último proyecto discográfico, “In 27 pieces”, que recoge diferentes
bises compuestos para ella —y a petición suya— por diversos autores
contemporáneos que respondieron a su propuesta y le enviaron respectivas partituras
ad hoc. Arduo debió de ser el trabajo de seleccionar veintisiete composiciones
de entre las más de cuatrocientas que recibió, como oportunamente informaban
las notas al programa. Señalar, además, que en esta gira europea que está
llevando a cabo, no hay un orden prefijado de las obras presentadas, sino que éste
es decidido por la violinista el mismo día del concierto, circunstancia que le
permite dirigirse al público previamente para comunicarlo.
En este caso, de entre las obras recientes las escogidas fueron Shade, del compositor Richard Barrett
(n. 1959), con la que abrió el recital, y Tres
suspiros, del turolense Antón García Abril (n.1933). La primera de éstas,
como explicita el título, establece un curioso paralelismo entre los dos
instrumentos, que hace que lo que toca uno se convierta en sombra del otro. La
partitura fue abordada, pensamos, desde una ajustadísima perfección técnica,
apurando las posibilidades tímbricas de la pareja de instrumentos, llevados
hasta un grado máximo de concentración sonora. Muy distinta es, por el
contrario, la composición del español, autor de variado registro, tan conocido
por sus creaciones de bandas sonoras para el cine y televisión (¿quién no
recuerda la de El hombre y la Tierra?),
que se presentaba en su totalidad como absoluta primicia. Mucho gustó al
público este tríptico con un movimiento central para violín solo, en el que
sutilmente asomaban ecos hispánicos dentro de un planteamiento de cariz melódico. Como anécdota, servidor coincidió a la salida con el
compositor en el ascensor, y pudo darle la enhorabuena personalmente,
manifestándole su preferencia por el tercero de esos suspiros, seducido por su
elegante y plácida factura.
Hilary Hahn |
En cuanto al resto de obras, a mi juicio
sobresalió la ejecución de la Fantasía para violín solo nº 6 de Telemann,
abordada desde una abrumadora exhibición técnica y una desbordante pujanza.
Estas fantasías del compositor de Magdeburgo, siempre colocadas muy por debajo
de las Sonatas y Partitas para violín solo de Bach —que por otra parte tan
extraordinariamente domina la Hahn—, en interpretaciones como ésta hacen
replantearse lo justo de tal consideración. Junto a ella, tocaron una de las sonatas
parisinas para violín y piano de Mozart, desde un enfoque no excesivamente refinado
pero de atractivo vigor, la Fantasía para violín y piano, op. 47 de Schoenberg,
impecablemente leída —digo leída porque
fue la única obra no interpretada de memoria— y, para finalizar la velada, la
Fantasía en do mayor para violín y piano, D. 934, de Schubert, a mi modo de ver
la traducción menos conseguida del programa: entiendo que no se acabó de
profundizar en los recovecos schubertianos —esas luces y sombras tan
particulares—, no se matizó debidamente, dando la impresión de que el pianista
tampoco ayudó por su excesiva rudeza, con lo que en general el resultado
pareció algo romo de expresividad.
Una suerte ésta la de haber podido escuchar en una misma temporada a
tres violinistas de semejante calibre, en espléndidos momentos de su carrera,
cuando aún tienen muchísimo que aportar al escenario universal de la música.
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© Álvaro César Lara, 2014 - Todos los
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