Asomarse a las obras
primerizas de Beethoven supone emprender un viaje hacia el futuro retrotrayéndonos
al pasado inmediato del compositor. Como si diésemos marcha atrás —hacia 1796
por ejemplo— para, sabiendo de donde venimos, contemplar como ya dado el inefable
salto que habremos de dar. En dicha expedición la mano del artista nos agarra
con firmeza y nos advierte de que el pasado sirve, y seguirá sirviendo siempre,
para tan exorbitante trayecto, e incluso se atreve a mostrarnos cosas de ese intacto
planeta, listo para ser conquistado.
Sirva lo anterior como disculpa para introducir
un tópico: qué grande era Beethoven. Pero además de serlo, es que lo era desde
muy temprano. El genio había madrugado, y nadie, salvo él, estaba al cabo de
aceptarlo. Y mucho menos, claro, de entenderlo. Haydn debió de alucinar cuando
vio sus primeros pentagramas.
A
propósito de esto se me cruzan dos versos del libro “Ser el canto”, de Vicente
Gallego:
Cerrado veo el trato, canta en mí
toda una eternidad de cumplimiento.
Y es
que la ruta estaba germinalmente trazada. Y qué emoción produce descubrirlo en
esas obras de juventud, con el clasicismo afirmado tan a flor de piel que ya
está adelantando frutos. Pongamos por caso esa primera sonata para violonchelo
y piano, su op.5, nº1. Ya es puro Beethoven: si el recurrente tema del primer
tiempo nos siembra la duda, el conclusivo segundo movimiento nos muestra no
poco de la orografía de ese nuevo mundo aún incomprendido. Sigue siendo
demasiado incluso para hoy. La estupenda violonchelista argentina Sol Gabetta,
junto al pianista francés Bertrand Chamayou, abordan la obra con respeto y
desenfado, calidez de fraseo y perfilada transparencia. Se ve que llevan
bastante tiempo tocando juntos, el sonido está muy pulido, y la emoción aflora
cuando debe sin perder el equilibrio: es más, naciendo del propio equilibrio.
Sin
embargo, nunca abandonó Beethoven la estela clásica. Lo mismo que al comienzo
de su peregrinar tenía ya el futuro pergeñado, ni siquiera en sus obras más
maduras —los últimos cuatetos y sonatas, la Novena
Sinfonía, las Variaciones Diabelli—
dejó de tener presente cuanto le había precedido, el clasicismo y más atrás,
como dando a entender que su idea, su visión, su concepto de la música debía
quedar libre de cualquier consideración estacional, para asentarse en un más
allá que no sería otro sino el de la absoluta eternidad de su presente.
LICEO DE
CÁMARA XXI
SOL
GABETTA,
violonchelo
BERTRAND
CHAMAYOU,
piano
Obras de Schumann, Beethoven y Chopin
AUDITORIO NACIONAL DE MÚSICA | Sala de Cámara
| VIERNES 10/02/17 19:30h
© Álvaro César Lara, 2017 - Todos los
derechos reservados
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