Después de haber explicado en los dos artículos
anteriores algunos conceptos económicos que nos permiten comprender cómo hemos
llegado adonde hemos llegado, pretendo ahora poner en cuestión ciertas frases
relativas a nuestro sector público –el malo de la película– que oímos machaconamente
en los medios de comunicación, y que acaban calando en la población como
consignas ineluctables:
1: El elevado nivel de
gasto público de la economía española se situó por encima de nuestras
posibilidades y nos condujo hacia la actual crisis: para algunos
políticos europeos, equiparar Grecia a España en ciertos momentos ha venido bastante bien: porque en aquélla sí que hubo bastante irresponsabilidad fiscal: sus déficits
han sido reiterados en la última década, y su nivel de endeudamiento no ha
dejado de ser desmedido. Pero recordemos: España tenía superávit presupuestario
al inicio de la crisis; por tanto, el déficit presupuestario no puede ser la causa
del problema, sino una consecuencia de la propia crisis. Más bien habría que
decir que fueron los niveles de endeudamiento privado los que sí se situaron
por encima de nuestras posibilidades: pero, ¿quién alimentaba este proceso? ¿acaso
ello no les venía bien a los bancos? ¿ponían pegas en seguir dando créditos
cuando a la vista estaba que aquella espiral crediticia no podría mantenerse?
2: El estado español
adolecía de un elevado nivel de endeudamiento: al contrario, lo que hubo y hay es un elevado nivel
de endeudamiento privado, generado a la par que se inflaba la burbuja
inmobiliaria, como expuse en los anteriores artículos. Por contra, antes del
estallido de la burbuja, la relación deuda pública/PIB se mantenía en niveles razonables,
menores que en países como Alemania. Y hoy tampoco es disparatada, pues sigue
estando por debajo de la media de la eurozona.
3: La disciplina
presupuestaria y la reforma laboral crearán empleo: en todo
caso facilitarán las cosas a medio y largo plazo, pero los problemas
coyunturales son demasiado urgentes. Sin poner en discusión la salubridad que
proporcionan unas finanzas públicas equilibradas, lo cierto es que se necesitan
mayores plazos para llevar a cabo el ajuste, acompañados de mecanismos
financieros homogéneos (como, por ejemplo, hubieran debido ser los eurobonos,
que tendrían que haber acompañado al euro desde el mismo momento de su
creación) y no reiterados sacrificios drásticos que generan los consabidos
efectos: recorte del gasto público → deterioro del PIB→ deterioro de los ingresos públicos → subida
de impuestos → deterioro del consumo → nuevo deterioro del PIB → mayor
desconfianza de los mercados, y así ad infinitum.
4: Los inversores desconfían de la solvencia
del sector público español: sobre esto creo pertinente mencionar que en las
subastas del tesoro público no suele haber problemas para colocar los volúmenes
de deuda solicitados (con la prima de riesgo correspondiente). Si la
desconfianza de los inversores recayera sobre la capacidad del estado para
devolver su deuda no sería posible recibir financiación. Por tanto, las causas
de la desconfianza hay que buscarlas más allá del comportamiento del sector
público: los mercados de lo que realmente desconfían es de las economías que ni
crecen ni ofrecen perspectivas de hacerlo.
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