Wayne Shorter… no hace falta
ser muy entendido en jazz para que este nombre se nos venga a la cabeza junto a
otros adalides del género como Miles Davis, John Coltrane o Herbie Hancock, y agrupaciones legendarias como los Jazz Messengers de Art Blakey o el mítico Weather
Report. Con todos ellos colaboró en algún momento Shorter, artista poco dado a la
autocomplacencia y que se declara en permanente
estado de excepción. Para él, pues, el arte promueve una aventura que
permite transitar de la luz a la tiniebla, del cosmos al caos, de la subyugante
melodía al expansivo guirigay sonoro.
El público de la sala grande del auditorio
comienza a inquietarse: casi quince minutos de retraso y la leyenda no
comparece. Incluso alguien insinúa una espantada. Pero no: por fin entra el
cuarteto en escena. Shorter va vestido de negro y camina achacosamente. Toma
asiento junto al piano de Danilo Pérez y sus dos relucientes saxos, y el vehículo
arranca. Enseguida, tras el lógico tanteo entre los músicos, una atmósfera de aquilatada
belleza nos envuelve, como un brumoso amanecer que no obstante preludia un
soleado mediodía. El saxo tenor comienza sonando a bocina de barco antiguo, el
bajo le apoya inicialmente con arco en mano, se suman piano y batería y nos
adentramos en un amplísimo movimiento que constituirá el cogollo del concierto.
La compenetración entre los miembros del cuarteto es absoluta, e igualmente
deslumbra el virtuosismo y versatilidad
de los acompañantes de Shorter: todos se acomodan perfectamente a sus volutas,
desmelenándose o apianando con absoluta fluidez, sin que en modo alguno
tengamos la impresión de que el líder les impone sus criterios. Éste, por su
parte, tomará posteriormente el soprano para explorar ámbitos más diáfanos y
afirmativos, en los cuales un ritmo in crescendo acaba resolviéndose en
estallidos esporádicos. Parece que no anda mal de pulmones, que a sus 81 años
sabe y puede administrar con perspicacia sus limitadas energías.
Después de esta primera gran sección, dos piezas
de menor envergadura nos dejarán más en tierra firme, como si aterrizásemos o
desembarcásemos de un viaje hipnótico donde el variopinto público, por entusiasmado
que se halle, no osa aplaudir más que en las pausas: y es que algo de
reverencial sí que hay en este concierto, que concluye con efusiva ovación al
cuarteto y subsiguiente propina.
Al salir uno se queda con la gozosa sensación de haber asistido a algo grande: la enorme intensidad emocional que nos ha zarandeado es prueba inequívoca de ello. No sé: quizá los no muy versados en esto del jazz, como es mi caso, seamos más proclives a sorprendernos por los infinitos matices de una música de tan difícil encasillamiento, libre e imaginativa por antonomasia con permiso de cualquier taxonomía.
Al salir uno se queda con la gozosa sensación de haber asistido a algo grande: la enorme intensidad emocional que nos ha zarandeado es prueba inequívoca de ello. No sé: quizá los no muy versados en esto del jazz, como es mi caso, seamos más proclives a sorprendernos por los infinitos matices de una música de tan difícil encasillamiento, libre e imaginativa por antonomasia con permiso de cualquier taxonomía.
WAYNE
SHORTER QUARTET
Wayne Shorter, saxo tenor y soprano.
Danilo Pérez, piano
John Patitucci, bajo
Brian Blade, batería
Auditorio Nacional de Música –Sala Sinfónica–
Madrid, 26/10/14
© Álvaro César Lara, 2014 - Todos los derechos reservados
Yo no entiendo de jazz, pero según voy leyendo tengo la sensación de vivir lo que dices
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