Si escuchásemos a Jean
Rondeau desconociendo su circunstancia biográfica (París, 1991; mismo año, por
cierto, que el del gran virtuoso ruso del piano Daniil Trifonov) podríamos
sospechar de un clavecinista maduro, asentado, que interpreta las obras con esa
profundidad y sabiduría esperables en quienes despliegan el bagaje de una fecunda
trayectoria y de un amplio período de sedimentación y estudio. En suma, de un
músico experimentado cuya exquisita técnica está solo y exclusivamente al
servicio de una determinada concepción intelectual de las partituras.
Claro
está, sin embargo, que sustentar dichas virtudes únicamente sobre la base del
estudio y la praxis interpretativa sería una estupidez si a ello no se sumara
un aparato técnico de primer orden, como es el caso. Alumno durante una década
de la gran clavecinista Blandine Verlet, Rondeau posee en la actualidad un
admirable control del tempo ejercido
desde una articulación muy nítida, que le permite desentrañar sin dificultad
las líneas contrapuntísticas en ambas manos, faceta obviamente primordial en la
obra bachiana.
En
efecto, con obras de Froberger y Bach se presentó en la Fundación Juan March para
dar por concluido el ciclo Partitas
bachianas, interpretando una partita (o suite: el término es en esencia equivalente)
de Froberger, dos transcripciones de obras del Cantor de Leipzig —de la Partita en La menor para flauta sola,
BWV 1.013, y de la inmensa Chacona contenida
en la Segunda partita para violín,
BWV 1.004— así como su maravillosa Partita
nº 2, una de las composiciones, a mi juicio, más hermosas del alemán, lo
que es mucho decir. Pues bien, nada más sentarse, el francés ya dejó perfilados
los valores que antes reseñábamos, abordando sutil y reposadamente a Johann Jakob Froberger,
un antecesor de Bach más que correcto, aunque a mucha distancia de su
continuador. Me parece encomiable, asimismo, su enfoque mesurado y profundo, la
pulsación transparente, el muy bello sonido —beneficiado por el estupendo clave
de que dispuso: una copia de un
instrumento Taskin de 1769, construido por Keith Hill en 2001—, una formidable
adecuación estilística y un no menos desenvuelto fraseo cantabile, que permite paladear la música sin precipitaciones. En
esta línea podemos evocar a Leonhardt, y no a ciertos clavecinistas de renombre
a los que alguna vez hemos visto presa de enfebrecidas aceleraciones.
A
propósito, viene muy bien escuchar a Bach partiendo de uno de sus predecesores,
puesto que nunca deberíamos acostumbrarnos a tal culmen de grandeza: no
descubro nada si afirmo que es una música tan asombrosa por arquitectura —y pasmosamente
versátil, pues lo mismo logra conformar límpidos universos a partir de una exigua cuantía de elementos que valiéndose,
por contra, del más enrevesado contrapunto— como por su conmovedora expresividad
y calado espiritual, que la lleva a situarse múltiples veces por encima de los
instrumentos para los que se concibiera. (Sin embargo, ello no obsta para que a
su vez fuese un espléndido conocedor de las posibilidades de cada instrumento:
citemos como ejemplos su fascinante dominio de los registros del órgano o la exquisita
policromía instrumental de los episodios solistas en sus cantatas).
No
extraña, entonces, que posiblemente sea el compositor con más transcripciones en
su haber, tanto propias como ajenas, al igual que también él mismo transcribió la música de otros autores, como Vivaldi o Alessandro Marcello. Y no
deja de ser irónicamente coherente, a este respecto, que la última obra en la
que trabajaba cuando falleció, El arte de
la fuga, quedase sin instrumentar: ¿hubiera llegado al fin a hacerlo o la
hubiese dejado abierta deliberadamente?
Esto
último viene a cuento de las dos transcripciones programadas en nuestro recital,
que, antes de la propina con la que concluyó —Las barricadas misteriosas, de François Couperin— sonaron
maravillosamente —no en vano ambas pertenecen a su aclamado álbum Imagine— en las manos de este músico
joven que no lo parece tanto, una vez nos abstraemos sin esfuerzo de su
indisimulable condición.
Jean Rondeau, clavecín - Obras de Johann Jakob Froberger y Johann
Sebastian Bach
Fundación Juan March, Madrid, 20 de octubre de 2018
© Álvaro César Lara, 2018 - Todos los
derechos reservados
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