En el presente capítulo de la antología de la
música instrumental de Antonio Vivaldi he agrupado mi selección de sus
conciertos para fagot, flauta, oboe y mandolina, los cuales cito en este orden
atendiendo al número de obras compuestas y seleccionadas.
Empezando
por el final, el justamente popularizado concierto para mandolina, orquesta y
bajo continuo es único en el catálogo vivaldiano, al margen del no menos
célebre concierto para dos mandolinas y de la utilización de dicho instrumento
en otros conciertos para plantillas más amplias. Obra de extraordinaria
sutileza, pujanza y entrañable encanto melódico, constituye otra inefable
prueba de la asombrosa flexibilidad del maestro para adecuarse a las
peculiaridades de cada instrumento, por infrecuente o desusado que éste fuese.
Mandolina de 6 cuerdas |
Continúa
la selección con los conciertos para flauta, la mayor parte de ellos consagrados
a la travesera, ya que entre la totalidad catalogada de 24 conciertos tan sólo
aparecen 2 para flauta de pico –magistrales, por cierto–, mientras que en otros
3 de ellos se prescribe el flautino,
una especie de flautín de tesitura muy aguda, a propósito del cual es
inevitable reseñar, nuevamente, la pasmosa habilidad del compositor para concebir
obras maestras en cualquier terreno, puesto que al RV 443 podemos aplicarle sin
problema los mismos calificativos que antes expresábamos sobre el concierto
para mandolina. En cuanto al resto de conciertos para flauta, conviene recordar
que algunos del opus 10 son reelaboraciones de algunos de los conciertos de
cámara repasados en el capítulo 4 de nuestra antología, a cuyos comentarios me
remito.
Prosiguiendo
con los conciertos para oboe, la aportación de Vivaldi en este campo podría equipararse
a la de otros compositores del barroco italiano con ilustres partituras al
respecto, como Alessandro Marcello o Tomaso Albinoni, que elevaron la categoría
del instrumento a prominentes cotas.
Fagot |
Caso
aparte es el no del todo esclarecido asunto de los concietos para fagot. Que el
Prete Rosso compusiera nada menos que 39 conciertos para un instrumento de tan
oscuro y nasal timbre que hasta entonces no pasaba de ser un mero acompañante,
no deja de resultar llamativo, máxime cuando reparamos en que después del
violín se trata del instrumento solista para el que más conciertos escribió. La
hipótesis más probable [1]
es que dentro del Ospedale della Pietà, ese
hospicio especializado en formación musical donde Vivaldi ejerció diversas
funciones a lo largo de su vida, entre ellas la de preceptor de intérpretes
femeninas, existiese alguna alumna que llegara a alcanzar una elevada destreza
con el fagot, circunstancia que habría animado al maestro a la producción de
numerosos conciertos con destino a aquella legendaria y virtuosa orquesta de
féminas, que comparecían semiocultas al público detrás de una verja con
visillos. Tal hipótesis queda afianzada por la muy vasta exigencia técnica y soberbia
calidad musical de semejantes partituras, cuya relevancia artística y
contribución al desarrollo del instrumento no han sido apenas igualadas en toda
la historia de la música.
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[1] Queipo de Llano, Pablo, El furor del Prete Rosso. Fundación Scherzo, Madrid, 2005.
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