Selig sind, die da Leid tragen,
denn sie sollen getröstet werden,
Die mit Tränen säen.
werden mit
Freuden ernten.
Bienaventurados los
que sufren,
porque ellos serán
consolados.
Los que con lágrimas
siembran,
habrán de
cosechar con alegría
Finaliza la presente temporada de la OCNE con la programación, a
las órdenes de David Afkham, de esa tan singular misa de difuntos que nos
dejara para la eternidad Johannes Brahms. Ya el mismo título de la obra, Ein deutsches Requiem (Un réquiem alemán), es peculiar y remarca
el propósito del maestro de alejarse de la ortodoxia litúrgica. En efecto, como
es bien sabido, al escoger bajo un muy subjetivo criterio diversos pasajes de
la Biblia (en su traducción luterana, obviamente) Brahms tuvo que enfrentar
severas reticencias de las autoridades eclesiásticas para el estreno de la
obra, el cual tuvo lugar, en una primera versión no definitiva, allá por la
Semana Santa de 1868.
Pues el deseo del compositor era, espoleado por sus
propias circunstancias biográficas (la muerte de su madre y anteriormente la de
su venerado Schumann) promover una visión más luminosa y esperanzadora del
hecho de la muerte, otorgándole un sentido religioso sí, pero con un sesgo
acaso más “para la humanidad”, como él mismo expresó. La aproximación
mayoritariamente tenebrosa difundida por la tradición quedaba así relegada en
beneficio de aspectos más confortadores, como la resignada serenidad ante lo inevitable
(Pues toda carne es como la hierba (…) y aquí no tenemos una morada
permanente) o el animoso consuelo proporcionado por la fe (Ahora estáis
afligidos / pero volveré a veros / y vuestro corazón se alegrará / y nadie os
arrebatará vuestra alegría).
Afkham enfatizó considerablemente tal carácter afirmativo de la
obra, en una interpretación —sin batuta— cuajada de vigor e intensidad. Para
ello no puso objeción a las expansiones corales, plenas de una efervescencia
frenada acaso por la menor calidad de las voces masculinas del orfeón.
Vitalidad y acusado pulso narrativo que se tradujeron en una palpitante
respuesta emocional por parte de un público entregado. Los solos de oboes y
flautas resultaron de una musicalidad muy expresiva, aspecto que ha ido mejorando
desde que el nuevo director se hizo cargo de esta orquesta; y las dinámicas
estuvieron bastante bien reguladas, logrando emotivos clímax. En cuanto a los
dos solistas, nos gustó más el barítono Matthias Goerne —excelso dominador del lied— que declamó con acertada
intención dramática; mientras que la magnífica soprano Dorothea Röschmann,
colocada en el centro del coro, quizá estuvo algo destemplada.
He leído alguna crítica con reparos frente a este modo de
concebir la obra. Si bien hubo, como no puede ser de otra manera, aspectos
técnicos mejorables (claridad textural no siempre conseguida, coro en ocasiones
algo gritón), soy de la opinión de que en la música, ante todo, debe primar el
aspecto emocional, y bien merece la pena hacer concesiones técnicas si es en
aras de un esclarecedor y edificante tributo a la vida.
© Álvaro César Lara, 2016 - Todos los
derechos reservados
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