Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



sábado, 25 de junio de 2016

UN RÉQUIEM ALEMÁN


Selig sind, die da Leid tragen,
denn sie sollen getröstet werden,
Die mit Tränen säen.
werden mit Freuden ernten.

Bienaventurados los que sufren,
porque ellos serán consolados.
Los que con lágrimas siembran,
habrán de cosechar con alegría


 Finaliza la presente temporada de la OCNE con la programación, a las órdenes de David Afkham, de esa tan singular misa de difuntos que nos dejara para la eternidad Johannes Brahms. Ya el mismo título de la obra, Ein deutsches Requiem (Un réquiem alemán), es peculiar y remarca el propósito del maestro de alejarse de la ortodoxia litúrgica. En efecto, como es bien sabido, al escoger bajo un muy subjetivo criterio diversos pasajes de la Biblia (en su traducción luterana, obviamente) Brahms tuvo que enfrentar severas reticencias de las autoridades eclesiásticas para el estreno de la obra, el cual tuvo lugar, en una primera versión no definitiva, allá por la Semana Santa de 1868.

  Pues el deseo del compositor era, espoleado por sus propias circunstancias biográficas (la muerte de su madre y anteriormente la de su venerado Schumann) promover una visión más luminosa y esperanzadora del hecho de la muerte, otorgándole un sentido religioso sí, pero con un sesgo acaso más “para la humanidad”, como él mismo expresó. La aproximación mayoritariamente tenebrosa difundida por la tradición quedaba así relegada en beneficio de aspectos más confortadores, como la resignada serenidad ante lo inevitable (Pues toda carne es como la hierba (…) y aquí no tenemos una morada permanente) o el animoso consuelo proporcionado por la fe (Ahora estáis afligidos / pero volveré a veros / y vuestro corazón se alegrará / y nadie os arrebatará vuestra alegría). 

Amanecer en Córcega. (Foto: Beatrice Castoriano)
 Afkham enfatizó considerablemente tal carácter afirmativo de la obra, en una interpretación —sin batuta— cuajada de vigor e intensidad. Para ello no puso objeción a las expansiones corales, plenas de una efervescencia frenada acaso por la menor calidad de las voces masculinas del orfeón. Vitalidad y acusado pulso narrativo que se tradujeron en una palpitante respuesta emocional por parte de un público entregado. Los solos de oboes y flautas resultaron de una musicalidad muy expresiva, aspecto que ha ido mejorando desde que el nuevo director se hizo cargo de esta orquesta; y las dinámicas estuvieron bastante bien reguladas, logrando emotivos clímax. En cuanto a los dos solistas, nos gustó más el barítono Matthias Goerne —excelso dominador del lied que declamó con acertada intención dramática; mientras que la magnífica soprano Dorothea Röschmann, colocada en el centro del coro, quizá estuvo algo destemplada.
  He leído alguna crítica con reparos frente a este modo de concebir la obra. Si bien hubo, como no puede ser de otra manera, aspectos técnicos mejorables (claridad textural no siempre conseguida, coro en ocasiones algo gritón), soy de la opinión de que en la música, ante todo, debe primar el aspecto emocional, y bien merece la pena hacer concesiones técnicas si es en aras de un esclarecedor y edificante tributo a la vida. 

© Álvaro César Lara, 2016 - Todos los derechos reservados

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