Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



viernes, 24 de junio de 2016

DE MADRID AL CHELO EN EL BACH DE QUEYRAS

 (Artículo publicado el 31 de mayo de 2016 y eliminado por error)

La primavera madrileña continúa alargando su despedida en esta desapacible y tormentosa tarde de sábado, con la Villa dividida al tiempo que hermanada por la más candente expectativa futbolera, sita circunstancialmente en la ciudad milanesa donde se van a ver las caras los dos principales equipos de la capital.
  De un concierto cuyas localidades se agotaron en su primer día de venta lógicamente ha de esperarse lo mejor. De ahí que la pretensión de acudir a éste sin entrada adquiera un atractivo singular. Sólo falta por saber en qué medida llegará afectar la imprevista coincidencia, si el indudable atractivo artístico claudicará ante la arrolladora fuerza mediática del evento deportivo.
  Pues bien, una hora antes del comienzo, la calle del Príncipe de Vergara, batida por un fastidioso aire, se encuentra prácticamente vacía: algunos hinchas del conjunto blanco —por aquello del barrio— con sus bufandas y estandartes ondeando, y poco más: la tarde no invita a paseos ni terrazas, las armas se velan en la intimidad, que en cualquier caso ya habrá tiempo para festejos de un color u otro.
  Así van pasando los minutos hasta que a las puertas comienzan a dejarse ver los primeros asistentes, y con más facilidad de lo previsto me hago con una entrada y accedo al auditorio. Llegar con tanta antelación a los sitios permite que nos fijemos en detalles en los que de otro modo no repararíamos, que recorramos pasillos tan solo por entretener el tiempo y leamos con fruición carteles y programas tanto del propio concierto como de las nuevas temporadas que comienzan a anunciarse. Por los ventanales del piso superior penetra un contundente sol, aún con resabios de la tormenta sucedida hace un par de horas, pese que a lo lejos unos nubarrones enloquecidos anuncian que tal vez la cosa no haya terminado. Mientras, el escenario en semipenumbra de la sala de cámara únicamente exhibe la banqueta donde Jean-Guihen Queyras se enfrentará nada menos — ¡ y sin partitura ! — que al ciclo completo de las seis Suites para violonchelo solo de Bach, esa obra cumbre de la música universal compuesta por el alemán a una edad relativamente temprana —en torno a treintena—, la correspondiente a su feliz estancia en la ciudad de Köthen al servicio del príncipe Leopold.


  En alguna otra ocasión he escrito que me interesa mucho la faceta de Bach alejado del contrapunto, pues revela su grandeza en la creación melódica, su desempeño en la consecución de la belleza más austera. El violonchelo le obliga e ello, dadas sus limitadas posibilidades polifónicas, induciéndole a explorar otras dimensiones. Por otra parte —y esto es algo frecuente en su modus operandi y en el Barroco en general—, la voluntad de una estructuración coherente de su música instrumental, que le lleva a insertar cada obra dentro de un ciclo siguiendo un patrón, creo que presta un buen servicio al espectador e intérprete a la hora de afrontar la ejecución completa del mismo: en nuestro caso, el ordenar las obras de la más sencilla a la más compleja nos permite introducirnos en una senda gradual hacia el máximo disfrute de la composición. Así, las dos primeras suites —especialmente la Primera— se nos muestran diáfanas y gráciles, aéreas y juguetonas, cualidades que Queyras traduce a la perfección, deslizando en ellas algún que otro ornamento, siempre elegante y sin excesos. Ya la Tercera tiene un componente más rotundo desde el preludio, un matiz sonoro más carnoso recogido estupendamente por el magnífico sonido del instrumento (desconozco si se trata del mismo Gioffredo Cappa que utilizó en la grabación discográfica). Después, tras las bellísimas allemande y zarabanda, la obra recupera algo del carácter de las precedentes suites en las danzas de estilo galante (en este caso bourrées) y la conclusiva giga. Termina aquí la primera parte del concierto.
  Después de la pausa regresamos a la sala para escuchar la Cuarta, que quizá sea globalmente mi preferida —eso a día de hoy, porque nunca se sabe con obras de tal calado—, magníficamente tocada desde todos los puntos de análisis: profundidad, ritmo, fraseo, dinámica o estilo. Y por último los grandes escollos de las dos últimas suites: la más grave e introspectiva Quinta, favorita de muchos, con esa pátina de melancólica bruma favorecida por la distinta afinación en un tono más bajo de la cuarta cuerda del instrumento; y la dificilísima y monumental Sexta, pensada al parecer para un violonchelo píccolo de cinco cuerdas, en la que Queyras dictó una verdadera clase magistral de técnica a partir del preludio, tocado con una intensidad, prestancia y volumen realmente apabullantes, con esos soberbios agudos que acaso parecieran salidos de un instrumento intercambiado.
  De tal suerte llegamos al término del concierto, del cual salgo al exterior con la sospecha de estar bastante próximo a algo parecido al síndrome de Stendhal: una turbadora sensación de irrealidad y estupor tras haber presenciado semejante sucesión de maravillas.    

Jean-Guihen Queyras, violonchelo
Integral de las Suites para violonchelo solo de J.S. Bach 
Madrid, 28/5/2016

                            Jean-Guihen Queyras - JS Bach - Suite No. 3 in C major, BWV 1009


© Álvaro César Lara, 2016 - Todos los derechos reservados

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