Tocar fondo para reafirmar esa profecía que llamamos
vida. Probar (y com-probar) el putrefacto latido de la muerte en hospitales, psiquiátricos
y residencias de ancianos para poder verse a uno mismo en la mesa final de
operaciones, allá donde /una mano
postrera que no es tuya/ está ya /apagando
la luz para cerrar mi historia/.
Tal
profecía está explícitamente enunciada en los versos iniciales: /cruzarás el umbral apartarás las sombras/ y
al cabo de tu historia tropezarás contigo/. Pero es obvio que tal
cumplimiento (o autocumplimiento) de la profecía es una tarea bien ardua que,
partiendo de la más férrea voluntad (no
encontraréis mis sábanas vacías/ no pasará) exige el seguimiento de un
estricto protocolo, excelentemente expuesto en el poema Receta para una biopsia consentida: /tomad
la víscera completa/ desprovista de piel y de esperanza/ (…) /que corra el agua/ limpiando con esmero su pasado (…) /cortad después en láminas severas/ el lado
más oscuro del rencor/ los entresijos solemnes del orgullo/ la huella que
dejaron los errores/ (…).
Hasta
aquí sería entendible que el lector se diera por vencido, que no superase el bronco
desafío que el poeta le propone en unos magníficos versos de compungido trazo,
pues nadie puede asegurarle el triunfo en una empresa semejante. El miedo es
libre.
Mas
lo anterior es necesario para delimitar el territorio: así, una vez asimilado
que /no te acompaña nadie en este viaje/
y que /vivir es decidir/ y todo error es
tu grandeza/ no cabe sino el compromiso moral autoafirmativo, expuesto en
los concluyentes versos /haz lo que debas/ y a nadie debas nada al
concluir tu obra/ por arriesgada tuya/ por tan hermosamente inútil solo tuya/,
máxime cuando la disyuntiva vital se cifra /entre
vivir por una vez entero y ser vivido entero/. Solo de esta forma puede
hacerse frente a la inevitable pérdida, puesto que si /perder es la manera de alumbrar en soledad una certeza/ entonces no
cabe sino /perder a muerte plena/ a seca
cimitarra en busca de tu cuello/.
Finalmente,
tal proceso de esclarecimiento es el que nos va a permitir poner en orden la
conciencia de nuestras heridas, mantener en cuarentena la tristeza, sabiendo que
/mide exactamente lo que mide/, la
culpa, que /en un recuerdo cabe/ o las
cuentas que quedaron pendientes con quienes ya no están, desde la apaciguadora certeza
de que /ninguno en edad de merecer/ toca
el timbre y alza un dedo/ para un ajuste de cuentas con su vida/ y con mi sueño/.
De
modo que con todo ese copioso bagaje es como se llega al fin de este exigente,
intenso, lúcido y removedor libro que, haciendo un guiño al título del que le precedió en publicación, se cierra con este hermoso poema que cito en su
integridad:
Maneras
de volver
Celebra con un brindis
cuanto ahora pacífico se acerca
a la turbia alacena de tus ojos
bebe el vino templado que te ofrecen
haciendo de tu boca la jofaina
que guardará por siempre su recuerdo
saluda escucha templa el ceño
desenfunda cuidadoso los abrazos
has llegado
donde quiera que sea ya has llegado.
Rafael
Soler (Valencia, 1947)
Las cartas que debía
Ediciones
Vitruvio, 2011
© Álvaro César Lara, 2016 - Todos los
derechos reservados
Desde luego, si una de las finalidades de una reseña editorial es la de orientar y animar a la compra de un texto, indudablemente lo has conseguido.
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