Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



miércoles, 14 de febrero de 2018

POESÍA COMO CATARSIS

 La estampida emocional provocada por un acontecimiento trágico puede suscitar las más dispares reacciones. El proceso catártico —en la acepción clásica del término— es una de ellas, materializada en nuestro caso en la apelación a una inquietud creativa más o menos subrepticia. Es curioso en nuestro autor el recurso a la poesía como exégesis de su dolor, siendo García Lara asiduo ejerciente de las artes plásticas. Pero no: va a ser por medio de la redacción poética donde encuentre el cauce idóneo para hacerlo, aunque en este debut acompañe los poemas con ilustrativas muestras de su variopinta producción artística. Estudioso del lenguaje como psicoanalista que es, maneja en su ópera prima literaria un torrente verbal de estirpe clásica, con formas y modos bien cuidados, en la senda de Lorca o Miguel Hernández. Por otra parte, su buen trabajo de la forma y el ritmo nos hace sospechar que ha venido escribiendo desde tiempo atrás, seguramente en una intimidad que al fin ha tolerado hacer pública.

  Y es que vivir en propia carne la muerte de un bebé es, obviamente, circunstancia capaz de poner patas arriba cualquier cálculo preestablecido. En este ámbito, cómo no traer a colación que la obra maestra de Francisco Umbral, «Mortal y rosa», instigada por la muerte de su niño, no sólo es una de las obras más estremecedoras de nuestra literatura, sino que supuso para aquel un viraje estético y vital de primer orden. La prosa umbraliana, siempre lúcida y punzante, adquirió entonces su categoría poética máxima.
    


  En García Lara, por su parte, el fatal acontecimiento promueve una inquisitiva inmersión en el piélago ignoto de la memoria. La palabra poética se reconoce herramienta —si bien extraña para alguien que irónicamente llama a los poemas poesías— dotada de un poder esclarecedor trascendente. Así nos lo comunica en la primera parte del libro, al identificar a aquella como no cualquier palabra / que sin ser yo tu dueño / dices mi verdad más honda / más seca / más exacta de claridades. Y con mayor precisión confirma que solamente desde ella, sentado a su borde, podrá pretender que suene primero / la verdad que más señale, y de tal modo situarse en disposición de, por sí mismo, escuchar el texto de mi (su) esperanza.
 
  Ese itinerario inédito hacia el encuentro con el hijo desaparecido le lleva, en buena lógica, al desciframiento previo del amor conyugal, de cuya unión aquel nació: en efecto, “Memoria de tus nombres”, segunda parte del volumen, constituye la autoconfesión de una vivencia amorosa al parecer de sentido único, puesto que a veces / solamente a veces / un hombre ama solo a una mujer / toda su vida. Asistimos entonces a la reconstrucción memorialística de aquella, con los interrogantes, vaivenes e insatisfacciones propios del deseo, aun desde la conciencia inequívoca de la restricción que impone la palabra: si tengo que recurrir a mi memoria de ti / puedo enamorarme del amor que te tengo. Se trataría, en todo caso, de un ejercicio ineludible para el autor antes de abordar el asunto central del libro.  
  La tercera y última parte del poemario recoge finalmente la introspectiva crónica de ese arduo tránsito hacia la memoria del hijo perdido, la cual se inicia con el testimonio del temprano desenlace de la vida del pequeño (se disolvió tu cuerpo en tu sonrisa rota) y de la única alternativa admisible de posterior superación (tratar de buscar en ti / el hijo que no encontré). En ese pórtico de la tortuosa exploración existencial del infortunio aflora, sin cortapisas, un franco sentimiento de culpabilidad ante la tardía concepción del niño: yo había forzado / con el amor / la biología de los ritmos y las cadencias.
   A continuación, el poema capital “Sin ser muerte” —en mi opinión el de mayor carga emotiva de la obra— expone el cruel suceso en largos versos de acendrado aliento elegíaco y contundente poderío verbal, donde al relato explícito del hecho (Como el vidrio que mira el invierno desde la madrugada / así empañó el sufrimiento tu hermosura cristalina) le acompaña una sobrecogedora descripción de la dolencia que suscita: sentir que lo nunca pensado será siempre vivido / que el momento anterior ya no hace historia / porque todo fue siempre presente / y la fuerza que hubo / que ahora es abandono / hace frenesí de lo que fue calma / y soledad helada lo que fue arrobo.   
 
  De ahí en adelante, el título de cada poema permite ir caracterizando los sucesivos hitos de un duelo que hacemos con rendida identificación: así “Soledad” (Qué soledad tan devastada la de tu ausencia), “El tránsito” (Vamos / amor / tenemos que acompañarle / también su tránsito es nuestro), “Memoria infinita”, “Vivir sin ti” (Cómo pensarte en lo que no fuiste / y recordarte en lo que no hicimos), “Eco de mi llanto”, “Ese desapego” o “Seguir”, donde alude conclusivamente a esa vida que empuja a vivir / sin piedad ni consuelo / sólo a quienes nos sabemos mortales.
  En definitiva, se trata de continuar como única emancipación de lo irresoluble; convivir con la memoria de esa herida que, incardinada en la memoria, acaso logrará sedimentarse a través de la escritura.



Memoria infinita
Carlos García Lara

Ediciones Letra de Palo, 2017


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