Desconozco
cuántos a día de hoy se acuerdan todavía del filólogo y crítico literario
Arturo Ramoneda. En mi caso no hay duda de que sí, pues mucho le debo desde que,
allá a finales de los 80, siendo yo casi adolescente, leía sus artículos sobre
literatura en el suplemento semanal “Culturas”, de Diario 16. En ellos, su
formidable claridad expositiva alentaba a la lectura de los autores y temas que
trataba, pues lo hacía con una precisión y lucidez absolutamente alejadas de
cualquier rastro de pedantería, con ese amor fundamentado de los verdaderos
sabios que no quieren parecerlo.
Quienes no sepan de él, que consulten sus
numerosas guías, artículos, antologías diversas y espléndidas ediciones
críticas de autores eminentes de nuestras letras. Ese es para mí, sin duda, el
mayor legado que nos deja, al margen de su muy celebrado rescate de la obra de
Corpus Barga.
Tras el inmenso honor que ha supuesto poder
hacerle llegar buena parte de mi obra, acabo de recibir una nota suya
manuscrita que le agradezco de todo corazón, y que deseo compartir con mis lectores.
Transcribo sus palabras por si hay problemas con la letra (omitiendo, por
razones obvias, dos renglones que aluden a circunstancias de índole personal):
“Querido
Álvaro: hacía tiempo que no leía con tanto interés unos libros. Después de todo
lo que se ha escrito, es difícil encontrar nuevos registros —temáticos y formales—
en los asuntos centrales de la poesía (la belleza y el caos, el canto a la
naturaleza, el amor en sus múltiples variantes, el poder de la música, la
realidad y el deseo, etc). Tú has sabido elevar a categoría vivencias y
anécdotas cotidianas, siempre con el tono y el lenguaje apropiados. Espero
seguir leyéndote. (…)
Enhorabuena
por todo. Un abrazo muy fuerte de Arturo Ramoneda”.
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