Hay una (otra) realidad que depende de nosotros. Habita en nuestro interior precariamente, en adormecidos fragmentos que reclaman su recomposición, tal pedazos de un espejo que, después de hechos añicos, siguen siendo uno en cada trozo. Y es en la búsqueda o aprehensión de dicha realidad donde el poeta debe fijar su horizonte, para lo cual deberá prescindir del fulgor de lo inmediato, desligarse de unos ojos que no ven, a fin de que el corazón no sea entorpecido en su pesquisa. Sólo así, desviándose hacia ese mundo en vilo, con el corazón en una mano y una venda tapándole los ojos, podrá cumplir la hazaña de su posibilidad, alcanzar aquella Ítaca que navega hacia sí misma / hecha de los viajeros que la buscan, pues es en la esperanza de lo posible, en pie y enarbolando su bandera, donde reside, en esencia, el transgresor señuelo de su andadura.
Por supuesto que semejante labor
ni es sencilla ni está libre de riesgos: como sospechamos, se trata de
adentrarnos en un mundo esquivo (sagrado lugar en donde habita / el oscuro
animal de la esperanza), sin certezas evidentes (no hay magnitud mayor que la
certeza / que empuja sus costados a la nada), difuso en la profundidad de una
memoria reconstruida desde el corazón (Un corazón: su terquedad. / Su no querer
pararse. / Todo lo que quiso ser y no logró, / revivido otra vez porque es
posible). Habrá de estar el protagonista, pues, resuelto a dar palos de ciego,
inevitablemente desorientado, con su escueta posibilidad como referencia, esa
flecha que nos parte en dos y deja una señal en nuestra piel, desconociendo sus
progresos y con la sola convicción de su conjuro: Yo no estoy, yo voy, y ese es
mi estar en el mundo. Y en su inestable devenir se reconocerá con frecuencia
habitado por otro, un yo transmutado capaz de acceder a la otra dimensión desde
donde escribe los poemas, y que a veces, como reverso de sí mismo que es, le
traiciona: Hace tiempo que se ha ido el hombre que escribía mis poemas.
Acaso ciertamente tópico
(Novalis, Poe) es la introspección en ámbitos nocturnos y regiones fronterizas
con el alba. Brezmes insiste en ellos como espacio excepcional, preludio del
vértigo creativo y hábitat de la memoria desde donde se fraguan los poemas: La
noche es ahora el lugar de los advenimientos. Sin embargo, la escritura no
cumple su objetivo si con ella no logramos ser lo que cobra vida tras apagar
los libros. Ahora bien, como apuntábamos antes, la incursión en esa realidad
desdoblada comporta, asimismo, un peligro capital, el de no saber volver: en el
recodo más oscuro / de sus bosques nos perdemos / y no sabemos regresar.
Versos de gran belleza como los
que siguen ejemplifican el proceso secuencial de la experiencia: Sientes tu
cuerpo invadido / por una vieja sensación, en ocasiones/ parecida a la ilusión
o a la nostalgia. / Tus pies se despegan del suelo. / Habitas el vértigo. /
Empiezas a llorar. O bien estos otros: Habla memoria, cuéntame / otra vez mi
vida y levanta / sobre el árido solar de sus ruinas / el castillo encantado en
donde ser / el nuevo hogar de tus apariciones.
Pero finalmente, ¿cuál es el
desenlace de susodichas incursiones en esa fantasmal orilla donde el aquí se ha
mudado al quizá? ¿Cómo queda nuestro viajero tras su heroica vuelta del campo
de batalla? Para nuestro alivio, no acabará como el desventurado caminante del
Winterreise (Viaje de invierno) de Franz Schubert: todo lo contrario, pues
aludiendo al día después se nos hace saber, felizmente, que nuestra mirada
encuentra al fin otra mirada, / y la vida logra de este modo detenerse, / y el
corazón puede por un tiempo descansar. De tal dichosa suerte concluye el
periplo de aquellos ojos que, privados de visión, debieron dejarse guiar por
las inquietas bridas de un aventurero corazón que presiente.
Nada más que añadir a esta
gratificante lectura de Ultramor. Terminamos escogiendo, como hermoso y
conclusivo compendio de las tribulaciones, hallazgos y desvelos del personaje,
el poema titulado “A través del espejo”:
INVENTÉ este país para salvarme.
Aquí todo es refugio;
allí la sangre es demasiado roja
y la luna es demasiado blanca,
el tiempo pasa muy deprisa
y la hierba crece muy despacio.
No basta con la cruda realidad:
para salvar el mundo hay que perderlo
y crearlo de nuevo en la memoria.
No importa si aquí sólo es posible:
allí tan sólo puede ser real.
Ultramor. Alfonso Brezmes.
Ed. Renacimiento, 2017
Ed. Renacimiento, 2017
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