La genialidad mozartiana en el terreno
sinfónico se decanta definitivamente a partir de su sinfonía nº 38 “Praga”,
culminando en esa suerte de inefable trilogía que conforman las últimas que salieran
de su pluma. Anticipos de clarividencia teníamos ya en la vertiginosa nº 25,
anclada relativamente en el estilo Sturm
und drang, pero el milagro que acreditan las nº 39-41 pertenece al más
excelso olimpo artístico. Redactadas de corrido durante el verano de 1788,
sin que para ello se conozca más motivación que la estrictamente personal, son
epítomes de cuanta grandeza alcanzase Mozart en la última década de su vida,
sea cual sea el género musical en el que reparemos.
Que
David Afkham propusiera abordarlas en única sesión y en la sala de cámara del
Auditorio Nacional constituye una cierta excepcionalidad por duplicado, dado
que ni es frecuente interpretar estas tres obras en un mismo programa ni
tampoco la ONE es precisamente una orquesta de cámara. Razones para ello
tendrá, aunque paradójicamente la plantilla que dispuso tampoco es que fuera en
extremo reducida: tratándose de obras del Período Clásico incluso menores
dimensiones hubieran sido defendibles; prueba de ello es el elevado volumen
sonoro que, con respecto a la sala, exhibió la agrupación.
La
primera parte –sinfonías 39 y 40– sentó las bases del que iba a ser el enfoque
interpretativo del concierto: tempos muy vivos –por momentos acelerados–, acentos
rotundos, metales descollantes e incisivas maderas, echándose en falta un más
flexible criterio agógico y esporádicas pinceladas de refinamiento,
especialmente en los movimientos lentos de ambas obras. Ciertos pasajes
parecieron quedar cortos de aliento y dejarnos al borde de la precipitación,
pese a que el impulso, claridad y energía orquestales propiciaron acendrados
rasgos de elocuencia. Los Menuettos, por su parte, se ejecutaron con aérea y vivaz ligereza,
atendiendo a criterios próximos al historicismo, postura que también se evidenció
en la satinada prestación de trompas y trompetas. Un error de puesta en escena,
en mi opinión, fue el riguroso encadenamiento de ambas sinfonías, sin pausa
alguna, impidiendo que la audiencia reposara la escucha entre una y otra.
Desconozco las intenciones de Afkham para tan arriesgada decisión, que operó en
menoscabo de un disfrute más cabal y placentero de las composiciones: ¿tal vez
recrear el modo de ejecución de la época? ¿evitar aplausos intermedios? Y si es
así, ¿con qué fin y a qué coste?
En
cambio, para el Allegro vivace inicial de la 41 adoptó a mi juicio un tempo más ajustado, de marcados acentos
y plausible manejo de voces, acordes y silencios; en tanto que el Andante
cantabile navegó algo lejos
de esa exquisita sutileza que encontramos en otras versiones, pese a
dibujar con penumbroso y bello énfasis las parcelas más sombrías, típicas del
último Mozart. Un Allegretto
vivo, en la línea de los Menuettos de las sinfonías precedentes, y un Molto
allegro contundente, aun sin comprometer la claridad discursiva de las
líneas de contrapunto, pusieron fin al ardiente concurso matinal de tan espeluznantes
obras maestras.
ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA
DAVID AFKHAM, Director
Auditorio Nacional de Música, Sala de Cámara
Madrid, 20 de mayo de 2018.
© Álvaro César Lara, 2018 - Todos los
derechos reservados
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