Karra Elejalde como Unamuno |
No es en absoluto sencillo, ni carente de
riesgo, abordar desde la ficción asunto tan traumático como el de la Guerra
Civil Española, responsable aun a día hoy de viscerales diatribas, a menudo
entabladas más sobre la base de la historia familiar de cada uno que de un
desapasionado y riguroso análisis de los conflictos desencadenantes de la
tragedia. Y aún menos lo es utilizar para tal cometido, como gozne
metafórico del conflicto entre las dos
Españas, una figura tan proteica e irreductible como la de Miguel de
Unamuno, que tuvo, entre otras vocaciones, las de filósofo, catedrático de
griego, polemista, viajero, concejal, novelista, dramaturgo y poeta, todas
ellas presididas por su radical incorformismo.
Conocido es el unamuniano cambio de postura
frente al alzamiento nacional, desde su incipiente apoyo a su muy pronta
retractación, si bien, como todo en él, nada es pacífico ni monocolor, sino
naturalmente cuestionado y no exento de paradojas. A ello se suma que el
fallecimiento de don Miguel a poco de declararse la guerra —el 31 de diciembre
de 1936— impide una completa contrastación de su pensamiento a la luz de los
hechos.
En efecto, en un primer momento apoyó la
sublevación al mando de aquella junta militar, atribuyéndole un destino pacificador
y transitorio, pero tanto antes como depués de hacerlo mantuvo la suficiente
equidistancia para denunciar los excesos de hunos
y de hotros, aun desde la lealtad
al régimen republicano. De ahí que apoyarse en su figura, pese al riesgo que
señalábamos antes, constituya también un remarcable acierto.
No se trata aquí, sin embargo, de enjuiciar las
simplificaciones —inevitables en el cine histórico— e inexactitudes —tolerables
en la medida que atenten más a la letra que al espíritu— de la película de
Amenábar, sino de ponderar el valor fílmico de una obra que plasma el
turbulento discurrir de aquellos primeros días de la contienda. El asunto
troncal, sea como fuere, no se puede calificar en algún modo de incierto, aunque
lo que a mi juicio importa es la vivaz delineación de personajes, situaciones y
ambientes.
En este sentido es destacable, amén de la
soberbia encarnación (o recreación) de Karra Elejalde, la bizarría en el
acercamiento a un personaje tan esquivo como Franco, hasta ahora despachado, en
el cine del período democrático, con meros brochazos caricaturescos. No es éste
el caso, a mi modo de ver, pues lo que aquí se aprecia es un estimable esfuerzo
en dotarle de entidad, por mucho que, obviamente, el director no oculte su
punto de vista. A ello coadyuva el excelente trabajo de Santi Prego, que junto
al resto del elenco conforma uno de los puntales de la película: y es que, desde
los familiares y amistades de Unamuno, pasando por los generales y otros
miembros del estamento militar —más discutible, quizá, el perfil histriónico de
Millán-Astray, que por otra parte borda el genial Eduard Fernández— todo el equipo
rinde de modo sobresaliente y contribuye al natural seguimiento de la trama. Y
encomiable es asimismo la desenvoltura visual del director, que sin incurrir en
abusos de cámara ofrece planos salmantinos de muy bella factura, en la línea de
los films más recientes de su autoría, e incluso tal vez ¿es posible rastrear, en
alguna secuencia, remedo de obra ajena?
En definitiva, se trata de una cinta de
apreciable interés, necesaria y oportuna, hecha en mi opinión para, a lo sumo, convencer sin vencer, y con ciertos puntos discutibles, como la partitura musical
del propio director —empalagosa y recurrente, cuando no inoportuna— o determinado
exceso situacional oportunista, en busca del fácil compromiso del espectador.
Y termino la reseña planteando la siguiente
pregunta: ¿es el Amadeus, de Milos
Forman, una gran película? Por aquello del grado de tolerancia frente al rigor
histórico.
© Álvaro César Lara, 2019 - Todos los
derechos reservados.
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