Chucho hace su aparición en escena a
paso muy lento, acaso ralentizado en nuestra percepción por esos enormes pies,
y de inmediato sobrecoge revivir la presencia del indeleble Bebo, tal es el
creciente parecido del hijo con el padre conforme la edad avanza. Mas una vez que
reposa su enorme envergadura frente al teclado –ligeramente echado hacia atrás,
con las piernas bastante flexionadas– comienza el recital sin dilación, entre aplausos
de bienvenida aún no acallados, murmullo de espectadores impuntuales y últimas
maniobras de quienes tenemos la dicha de poder disfrutar de una ubérrima
sucesión de melodías y ritmos, improvisaciones de temas del jazz más clásico
magistralmente fraseados, pasando por piezas de su autoría, mambo, bolero –ay,
qué asombrosa sutileza interpretativa en el Bésame
mucho– o un fidedigno rock and roll interrumpido por la espontánea aclamación
del público. Y como si tuviera bien presente encontrarse en una sala de predominio
clásico, no deja de intercalar citas de autores como Mozart, Bach o Chopin, que
afloran con la misma naturalidad con la que se desvanecen en un irrefrenable y fecundo mestizaje.
Nos deja claro Chucho que lo suyo es el piano, la música, que el estilo no tiene por qué entender de purezas ni de esencias, pero también que la tan traída fusión no ha de suponer una deslavazada mezcolanza cuando, por ejemplo, se anima a elaborar toda una pieza desde una canónica y emotiva interpretación del Preludio Op.28 nº4 de Chopin. Tampoco faltó un acercamiento a lo hispánico en su jugosa visión del adagio del Concierto de Aranjuez y, por fin, en los bises, un poco de cubaneo junto con temas del musical y del cine clásico, en los que restó algo de solemnidad al evento al reclamar las palmadas de un público mucho más contenido de lo habitual en recitales jazzísticos.
Nos deja claro Chucho que lo suyo es el piano, la música, que el estilo no tiene por qué entender de purezas ni de esencias, pero también que la tan traída fusión no ha de suponer una deslavazada mezcolanza cuando, por ejemplo, se anima a elaborar toda una pieza desde una canónica y emotiva interpretación del Preludio Op.28 nº4 de Chopin. Tampoco faltó un acercamiento a lo hispánico en su jugosa visión del adagio del Concierto de Aranjuez y, por fin, en los bises, un poco de cubaneo junto con temas del musical y del cine clásico, en los que restó algo de solemnidad al evento al reclamar las palmadas de un público mucho más contenido de lo habitual en recitales jazzísticos.
Musica a borbotones la suya, fraguada con retazos de una memoria
privilegiada y una formidable técnica desde las que despliega toda su sabiduría
con portentosa fluidez. Yo tuve la sensación, desde el principio, de que si no
le flaqueasen las fuerzas pudiera haber estado horas y horas alimentando
nuestro asombro con esas superdotadas manos de amplitud universal.
© Álvaro César Lara, 2016 - Todos los
derechos reservados
No hay comentarios:
Publicar un comentario