Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



jueves, 12 de febrero de 2015

LA ISLA MÍNIMA

  -Todo en orden, ¿no?, le dice Javier Gutiérrez a Raúl Arévalo en la frase conclusiva de este film que, tras una minuciosa e inquietante trama, deja las cosas en su sitio, y no en un lugar cualquiera, sino reposando en ese territorio insólito, asfixiante por momentos, que conforman las marismas del Guadalquivir.

  
 La historia queda así perfectamente cerrada, con toda su verdad resuelta para el espectador y unas cuantas omisiones y simulacros sumergidos para siempre en el alma de los dos protagonistas, así como en la cotidianidad de los menesterosos habitantes de ese intrincado microcosmos.
  Lo que aquí se cuenta ha transcurrido a buen ritmo, como corresponde a todo policiaco que se precie de honrar al género, y asimismo lo ha hecho con admirable desenvoltura visual y narrativa, es decir, gracias a un óptimo maridaje de guión y dirección. Nada se echa en falta y nada sobra en esta hermosa película de miradas penetrantes y horripilantes misterios, magníficamente encarnada por unos actores que tal vez nos ofrezcan sus mejores trabajos hasta la fecha: tanto Javier Gutiérrez, perfecto en su papel de antiguo miembro de la Brigada Político Social —deudor de un pasado que le delata a la par de la sorda enfermedad que padece—, como Raúl Arévalo, su compañero policía —el cual, si es que realmente le quedaba, perderá en este envite cualquier atisbo de ingenuidad—, cuajan unas intervenciones plenas de madurez y contención gestual, intercalando eficazmente rictus y silencios entre los solventes diálogos de la narración. E igual puede decirse del acierto del director a la hora de plasmar el trasfondo político-social de la época: la proliferación del contrabando a comienzos de los ochenta, la conflictividad andaluza entre terratenientes y jornaleros, las tortuosas dificultades para salir adelante en un territorio tan arduo y opresivo que condiciona el perfil moral de los lugareños.        
  Todo en orden, pues: tanto lo que queda al descubierto como lo que se sabe y calla en interés del frágil compromiso de la vida —en la cual siempre cabe la posibilidad de que, por desgracia, algunos se acaben yendo de rositas.    


© Álvaro César Lara, 2015 - Todos los derechos reservados

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