Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



jueves, 12 de noviembre de 2015

KANDINSKY: LA MÚSICA DEL COLOR

 En un domingo espléndido de noviembre, de un fin de semana felizmente alargado por la festividad madrileña de la Almudena, asistimos a la exposición sobre Kandinsky en el antiguo Palacio de Telecomunicaciones de Cibeles, donde encontramos bastante más público del que cabría suponer, teniendo en consideración el factor puente junto a un magnífico tiempo otoñal y a un precio de las entradas no especialmente halagüeño. A mí no deja de congratularme la reiterada gran acogida de estas convocatorias y es que, tanto como se critica el deterioro cultural de nuestra sociedad, parece innegable la existencia de un ferviente interés por la cultura, una pujante necesidad de disfrute con el arte en sus diversas manifestaciones que quizá alguno estime paradójica, pero que si escarbamos un poco no deja de tener su sentido. En efecto, en una ciudad como Madrid qué mejor modo de huir del apresuramiento y de la inmisericorde rutina que asistir a una exposición o al teatro, o participar del comprometido silencio en una sala de conciertos donde se nos ruega terminantemente que mantengamos nuestro móvil apagado.

Auf Weiss II (En blanco II), 1923
  Un público variopinto y familiar, comitivas de padres, hijos y abuelos, parejas con aire alternativo y acaso menos extranjeros de lo habitual abarrotan las salas del recinto, la mayoría, eso sí, encasquetados los auriculares de las audioguías, ese invento zahorí de tan creciente aceptación en nuestro tiempo. Por mi parte, yo siempre he preferido acercarme al arte de modo más espontáneo, dejar que me seduzca, que me atrape, que me reclame detenerme ante tal obra y entonces sí —pero después— documentarme, leer, investigar: en definitiva, permitir que el conocimiento alumbre ese primer y fulgurante asombro. Y esto que digo encaja a la perfección en un artista como Kandinsky, que seduce por la rotundidad de su manejo de la forma y el color, en ese particular itinerario suyo hacia una progresiva abstracción que obedece a ciertas reflexiones sistematizadas, promotoras de una búsqueda sinestésica de la espiritualidad. Camino este que, desde sus primeras obras de infjujo fauvista, le llevará al cultivo de lo geométrico en la Bauhaus para culminar con la introducción de elementos biomórficos en la última etapa de su vida.
   Más allá del interés por la obra que vayamos a contemplar, una exposición puede depararnos además muchas otras sorpresas: sentada en la moqueta frente al gran lienzo Amarillo-Rojo-Azul, una niña de unos seis años, con un bolso del que asoman graciosamente un chihuahua de peluche y un orondo gusano rojo, permanece unos minutos absorta… quién sabe lo que esta impresión dará de sí más adelante: ¿cabe mejor ejemplo de lo que el arte es capaz de suscitar?

© Álvaro César Lara, 2015 - Todos los derechos reservados


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