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Maurice Ravel |
¿Existe algún concierto para piano más bello que el
Concierto en sol mayor de Ravel? Por supuesto que muchos dirán que sí, que el
Cuarto o Quinto de Beethoven, cualquiera de los de Mozart, el Segundo de
Brahms, el de Grieg, el Primero de Chopin, el Segundo de Rachmaninov…puede que hasta
los de Bela Bartok. Cualquier opinión alternativa aduciría sus lógicos argumentos,
claro está, porque la belleza es materia inaprensible, y si abrimos la espita
de la innegociable equivalencia entre belleza y perfección de la obra de arte, puede
que la nuestra saliera perdiendo. No obstante, para mí existen unas cualidades decisivas
en mi entendimiento de la condición de lo poético: la aquilatada síntesis de
ideas, la suspensiva —acaso paralizante— intensidad emocional del movimiento
lento, el perturbador ritmo, la tornasolada y por momentos abrupta disposición
de los colores… son rasgos que confluyen asombrosamente en nuestra partitura. Una
madurez en estado de gracia junto con un planteamiento ecléctico que de ningún
modo empaña su irreductible personalidad. Los ritmos y colores jazzísticos, la
sensualidad más propia del blues, la pátina de cariz impresionista, el
espeluznante lirismo del Adagio assai
central —¡ay, ese maravilloso solo del
piano que acaba siendo interrumpido por una flauta de otro mundo!—, la
elegancia no exenta de bravura que recorre toda la obra, la precisa duración expositiva
de sus motivos, terminan por conformar la base de mi decantada preferencia.
Aclarado
lo cual, ahora introduzco una segunda pregunta: ¿es Daniil Trifonov (Nizhni
Nóvgorod, Rusia, 1991) el mayor fenómeno pianístico acaeciado en los últimos
veinte o treinta años? pues creo que no es para nada arriesgado afirmar que es
muy posible. Su acercamiento al concierto de Ravel el pasado martes 16 de mayo
fue de quitar el hipo. Una técnica y poderío arrolladores —¡qué manera tan apabullante
de desplazarse por el teclado, minimizando el más intrincado escollo!—, una
intensidad y colorido refulgentes y un aliento expresivo en su punto justo, pusieron
todo de su parte para ofrecer una respuesta afirmativa a la cuestión.
Acompañado por la excelente Staatskapelle de Dresde, bajo la batuta de su
titular Christian Thielemann —severo, adusto y germánico donde los haya, pero
sabiendo extraer mucha enjundia de la orquesta, con esa técnica apoyada en su
particular movimiento de la mano izquierda: más movimiento de dedos y mano que
de brazo, acaso al estilo de antiguos maestros (¿Klemperer?)— obtuvo un inconmensurable
éxito entre las deplorables toses, ruidos, caídas de programa, intempestivas desenvolturas
de caramelo y algún pitido sospechoso de móvil, que ponen en entredicho la competente
adecuación de un público sin cuyo nivel adquisitivo, por otra parte, no se
podría disponer en Madrid de un ciclo de primer nivel internacional como es el
de Ibermúsica.
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Daniil Trifonov |
© Álvaro César Lara, 2017 - Todos los
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