Self-Portrait, 1925-30 |
En esta tarde
calurosa de agosto sale uno de la exposición de Hopper algo aturdido por tal
sucesión de imágenes y colores, por esa especial emoción que surge al podernos
comunicar sin intérprete con no pocos cuadros que hemos visto tantas veces
reproducidos, y tantas veces nos fascinaron.
Y es que las
pinturas de Hopper alcanzan un alto nivel de confidencialidad sensorial con el
espectador, como si nos colocase delante de un espejo donde poder contemplarnos
en determinados momentos de nuestra vida –si no en el presente–, pues ¿quién no
se habrá sentido alguna vez tal alguno de esos personajes cavilantes en la
intimidad de una habitación –Morning Sun,
Hotel Room–, meditando solos o
acompañados con la mirada perdida frente a un ventanal?
Gas, 1940 |
Ese enfoque tan
privado, que recuerda a las escenas interioristas holandesas –Vermeer,
Rembrandt, Hals– reduce encuadres y personajes a lo esencial para desnudar la
realidad anímica que nos muestra. En esa operación, el minucioso juego
constructivo entre luz y espacio contribuye a la caracterización psicológica de
una atmósfera existencial que apela a la subsiguiente reflexión. Así, el
gasolinero de Gas o Four Lane Road, que seguro que habremos
visto en alguna película, nos hace partícipes de una soledad o aislamiento que
pueden ser nuestros o no, pero que en todo caso inducen un sentimiento
inmediato de identificación. Otras veces, unas vías de ferrocarril –Hotel by the Railroad–, un penumbroso
callejón –New York Office– o una
oscura arboleda de fondo –House at Dusk,
Portrait of Orleans– contribuyen a la
configuración de un estado de inquietud o desasosiego.
First row orchestra, 1951 |
A propósito
de este pintor es tópico señalar la cualidad narrativa de su obra. Su pintura
invita a la participación, a rellenar los huecos de un relato sugerido o
esbozado, a preguntarnos sobre qué están hablando los personajes de Conference at Night o qué historia se
esconde detrás de esas parejas en New
York room o First Row Orchestra. Por
eso esta exposición anima sobremanera al comentario, pues todos somos convocados
a intervenir, incluso como protagonistas de la trama.
Rooftops, 1926 |
En
ocasiones, la producción de Hopper, a mi juicio, adolece de un exceso de estatismo,
de una cierta rigidez y fría solemnidad que no siempre convienen: en este
sentido es curioso observar cómo un pintor que domina estupendamente la luz y
la perspectiva puede pintar de forma tan poco convincente el vaivén de las olas
del mar. Tales reparos, sin embargo, no empañan el que en mi opinión es el
mayor acierto del artista: dejarnos cara a cara privativamente frente a la estampa
de una realidad cotidiana o paisajística, situándonos en el mismo lugar de ese
otro espectador ficticio que observa lo mismo que nosotros. Cosa, además, a
cuya eficacia contribuye el hecho de que en el imaginario del observador actual
está plenamente asimilada su iconografía, sobre todo a través del cine y del
resto de artes visuales, cuya relación simbiótica con la obra del
norteamericano está suficientemente estudiada.
No me queda
más, pues, que recomendar francamente la visita de la exposición. La muestra
reunida es abundante, al punto de que quizá requiriese de un descanso a mitad
de itinerario. Por mi parte, a pesar de ello eché de menos dos cuadros que
desde siempre conservo en mi recuerdo: el célebre de la cafetería de
noctámbulos –Nighthawks– y el de Rooms by the sea, que en tiempos tuve
como fondo de escritorio en el ordenador.
Museo Thyssen-Bornemisza , Madrid
EDWARD HOPPER (1882-1967)
Del 12 de junio al 16 de septiembre de 2012
© Álvaro César Lara -Todos los derechos reservados
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No conozco mucho a Hopper, aunque sí algo de su obra. Tus palabras incitan a descubrir la exposición. A ver si puedoo verla antes de que termine
ResponderEliminarHopper es un pintor que me interesa más desde el punto de vista psicológico que estético. No obstante, tengo cita con su obra este mismo sábado -último día de la exposición del Thyssen-. Seguramente después de verla, añadiré algún otro comentario. De momento, me viene muy bien tu entrada sobre ella.
ResponderEliminarAyer fui a a ver la exposición de Hopper y me gustó mucho. Aunque sí me querría comentar algunas cosas. Me encantó la gama de colores tan vivos que utiliza en las escenas de los teatros e impresionante el atardecer en las vías del tren. Sin embargo, en otros de paisajes el cielo es uniforme, un sólo tono como si el tiempo se hubiera detenido. La verdad es que esa sensación me la dió gran parte de su obra. Todo muy estático, sin movimiento, casi sin vida. En las escenas del principio de la exposición la gente está parada, como si pudiera llevar horas en la misma posición: las personas sentadas en el teatro, en la terraza tomando algo con un cigarro en la comisura de la boca sin encender que parece estar en el mismo sitio desde hace tiempo. Hasta los cómicos que recogen un aplauso parecen simples mimos parados en medio del escenario.
ResponderEliminarY las fantásticas escenas de las casas en las que me fascinó como trabaja la perspectiva, parecen fotografías de casas abandonadas, sin vida en su interior. Pero me sorprendió el hecho de romper esos paisajes con farolas, postes de la luz, árboles,...
Un par de cosas más me gustaría comentar. Una es el juego en el que Hopper introduce al observador desde el primer momento haciéndole partícipe y narrador de la historia que refleja en su cuadro. ¿Qué estarán pensando?, ¿Por qué esa pareja está vestida para salir y sin embargo él lee el periódico mientras ella toca una tecla del piano con desgana?, ¿Qué cuenta el papel que tiene entre las manos la mujer en esa habitación de hotel?, ¿Qué pensamientos vienen a la mente mientras dobla un camisón y ve amanecer en la ciudad?,...
Y la última es destacar sus grabados tan llenos de esa vida que le falta a sus cuadros.
Por cierto, si me tuviera que quedar con un cuadro creo que sería el de la escalera de una casa de París de sus comienzos...
Muchas gracias por el comentario. Precisamente esa apariencia de inmovilismo de la que hablas está deliberadamente puesta al servicio de la que considero que es la motivación primordial del artista: representar la soledad e incomunicación del individuo en su enfrentamiento con el medio físico y humano.
ResponderEliminarEn cuanto al cuadro de la escalera de París, lo tendría puesto en mi casa sin problemas...
A mí también me gustaría tenerlo en casa, pero sólo ese. El resto me gustan para observarlos un momento pero no para contemplarlo de manera continua porque me transmiten melancolía.
ResponderEliminarSolamente abundar en la línea de los comentarios de Ángela y Álvaro. Por mi parte lo haré desde el sesgo del estilo.
ResponderEliminarFrente a uno de sus cuadros, lo primero que me surge es la aparente obviedad de estar ante "un hopper". Tener UN estilo es algo a lo que se llega. A Hopper le costó unos veinte años dejar de pintar como otros -a las referencias habituales, yo añadiría como muy destacable la del pintor surrealista Giorgo de Chirico-. Pero, a partir de 1925, es indudable que, delante de sus cuadros, uno está delante de "un hoper". Inconfundible.
Sin embargo, Hopper no tiene un manejo brillante de los recursos técnicos ni estilísticos, que pudiera dar cuenta de ello. Para mí, la mayor aportación a su identidad la constituye su modalidad de insistencia en la narración de su único tema: la soledad. Y tal vez sea inconfundible reconocer "un hopper" por la vibración inmediata que produce en nosotros la resonancia de eso tan específicamente humano como es nuestra soledad radical frente al hecho de existir, y el reiterado fracaso del encuentro con el otro. Sean la pareja o el grupo como soluciones ideales, sean el hogar o el entorno urbano como metáforas de la intimidad compartida, o de la convivencia en comunidad, las escenas en las que Hopper congela toda esta dramática existencial muestran siempre el fracaso de alcanzar al otro, la detención en ese movimiento de acercamiento por efecto de una atmósfera gelatinosa, transparente, pero que encapsula a cada uno en su aislamiento inexorable.