Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



martes, 23 de octubre de 2018

EL CLAVE DE JEAN RONDEAU

 Si escuchásemos a Jean Rondeau desconociendo su circunstancia biográfica (París, 1991; mismo año, por cierto, que el del gran virtuoso ruso del piano Daniil Trifonov) podríamos sospechar de un clavecinista maduro, asentado, que interpreta las obras con esa profundidad y sabiduría esperables en quienes despliegan el bagaje de una fecunda trayectoria y de un amplio período de sedimentación y estudio. En suma, de un músico experimentado cuya exquisita técnica está solo y exclusivamente al servicio de una determinada concepción intelectual de las partituras.

 Claro está, sin embargo, que sustentar dichas virtudes únicamente sobre la base del estudio y la praxis interpretativa sería una estupidez si a ello no se sumara un aparato técnico de primer orden, como es el caso. Alumno durante una década de la gran clavecinista Blandine Verlet, Rondeau posee en la actualidad un admirable control del tempo ejercido desde una articulación muy nítida, que le permite desentrañar sin dificultad las líneas contrapuntísticas en ambas manos, faceta obviamente primordial en la obra bachiana.

 En efecto, con obras de Froberger y Bach se presentó en la Fundación Juan March para dar por concluido el ciclo Partitas bachianas, interpretando una partita (o suite: el término es en esencia equivalente) de Froberger, dos transcripciones de obras del Cantor de Leipzig —de la Partita en La menor para flauta sola, BWV 1.013, y de la inmensa Chacona contenida en la Segunda partita para violín, BWV 1.004— así como su maravillosa Partita nº 2, una de las composiciones, a mi juicio, más hermosas del alemán, lo que es mucho decir. Pues bien, nada más sentarse, el francés ya dejó perfilados los valores que antes reseñábamos, abordando sutil y reposadamente a Johann Jakob Froberger, un antecesor de Bach más que correcto, aunque a mucha distancia de su continuador. Me parece encomiable, asimismo, su enfoque mesurado y profundo, la pulsación transparente, el muy bello sonido —beneficiado por el estupendo clave de que dispuso: una copia de un instrumento Taskin de 1769, construido por Keith Hill en 2001—, una formidable adecuación estilística y un no menos desenvuelto fraseo cantabile, que permite paladear la música sin precipitaciones. En esta línea podemos evocar a Leonhardt, y no a ciertos clavecinistas de renombre a los que alguna vez hemos visto presa de enfebrecidas aceleraciones.

Jean Rondeau
 A propósito, viene muy bien escuchar a Bach partiendo de uno de sus predecesores, puesto que nunca deberíamos acostumbrarnos a tal culmen de grandeza: no descubro nada si afirmo que es una música tan asombrosa por arquitectura —y pasmosamente versátil, pues lo mismo logra conformar límpidos universos a partir de una  exigua cuantía de elementos que valiéndose, por contra, del más enrevesado contrapunto— como por su conmovedora expresividad y calado espiritual, que la lleva a situarse múltiples veces por encima de los instrumentos para los que se concibiera. (Sin embargo, ello no obsta para que a su vez fuese un espléndido conocedor de las posibilidades de cada instrumento: citemos como ejemplos su fascinante dominio de los registros del órgano o la exquisita policromía instrumental de los episodios solistas en sus cantatas).

 No extraña, entonces, que posiblemente sea el compositor con más transcripciones en su haber, tanto propias como ajenas, al igual que también él mismo transcribió la música de otros autores, como Vivaldi o Alessandro Marcello. Y no deja de ser irónicamente coherente, a este respecto, que la última obra en la que trabajaba cuando falleció, El arte de la fuga, quedase sin instrumentar: ¿hubiera llegado al fin a hacerlo o la hubiese dejado abierta deliberadamente?

 Esto último viene a cuento de las dos transcripciones programadas en nuestro recital, que, antes de la propina con la que concluyó —Las barricadas misteriosas, de François Couperin— sonaron maravillosamente —no en vano ambas pertenecen a su aclamado álbum Imagine— en las manos de este músico joven que no lo parece tanto, una vez nos abstraemos sin esfuerzo de su indisimulable condición.

Jean Rondeau, clavecín - Obras de Johann Jakob Froberger y Johann Sebastian Bach 
Fundación Juan March, Madrid, 20 de octubre de 2018



           J. S. Bach: Suite para laúd nº 2 en Do menor, BWV 997 (arr. Jean Rondeau) : I. Preludio

                                        François Couperin - Las barricadas misteriosas

                                   
© Álvaro César Lara, 2018 - Todos los derechos reservados

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