Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



miércoles, 21 de septiembre de 2016

VIVALDI: Los conciertos para violín / Antología de la música instrumental 1

  Adentrarse en el monumental corpus de la obra instrumental vivaldiana ha sido un proyecto de muy apetitosa seducción, si bien reiteradamente postergado al considerar las dimensiones de semejante desafío. La raíz de este recién culminado trabajo debemos buscarla quizá en mis primeras adquisiciones de grabaciones del prolífico “Prete Rosso” sin disponer de una guía discográfica satisfactoria, lo cual condujo a una incómoda dispersión que dificultaba el disfrute sistemático de sus composiciones. Por otra parte, el hecho de que las diversas catalogaciones de su obra no fuesen de índole cronológica (a diferencia del catálogo de Mozart, por ejemplo) constituía un obstáculo añadido, aunque el definitivo asentamiento del catálogo Ryom [1] contribuyó a aclarar algo el panorama. Así, era muy difícil manejarse de memoria en aquellas partituras —la inmensa mayoría— no etiquetadas bajo un determinado sobrenombre, o directamente programáticas —pensemos sin más en las archifamosas Cuatro Estaciones—. Y para aún mayor complicación está el hecho de haber sido muy escasas las obras que se publicaron en su época (para los no iniciados: las que llevan número de opus) y bajo unas condiciones abusivas por parte de sus editores, que manipularon todo lo habido y por haber, llegando incluso a atribuirle obras ajenas [2] para beneficiarse de sus réditos.



  El resultado de esta minuciosa labor ha sido de lo más gratificante. Había un cierto temor previo, es verdad, de verse superado más por la homogeneidad de los procedimientos compositivos del veneciano que por el ingente volumen de su producción [3], pero a lo largo de todo este tiempo he podido constatar con reiterado asombro de qué modo Vivaldi es capaz de trascender los moldes formales de que se vale merced a su pasmosa habilidad melódica, a su contrastada intuición dramática, supremo conocimiento de cada instrumento, bizarro sentido del ritmo e inagotable capacidad para renovarse de continuo y no aburrir. Se podría argumentar, en su contra y con cierta base, que su música en ocasiones se desliza por el terreno de lo previsible, pero tal argumento deja de ser peyorativo si reparamos en que son la imaginación, refinamiento y clarividencia que atesora lo que le otorgan ese especial magnetismo, esa inefable cualidad para musicalizar arrebatadamente desde el impulso más efusivo hasta la más ensoñadora de las melancolías. Sí, el oyente podrá intuir muchas veces qué notas van a surgir a caballo de otras, pero eso no impide en absoluto que desee seguir manteniéndose en su escucha, como si fuera arrastrado por una corriente de inaplazable necesidad.
  Estos rasgos del proceder vivaldiano experimentan una notable evolución, pues partiendo de las lógicas influencias de sus predecesores (como Corelli) nuestro querido músico va a irlas depurando sostenidamente, primero desde una radicalización de los aspectos de mayor impacto (armonías osadas, ritmos efervescentes, efectos tímbricos descollantes) que se advierte incluso en los propios títulos adjudicados a determinadas colecciones: así en el Opus 4La Stravaganza” (La extravagancia) o en la colosal cumbre alcanzada en su Opus 8Il Cimento dell´armonia e dell´inventione” (El conflicto entre la armonía y la invención), obra que incluye las antes citadas Cuatro Estaciones. Y en segundo lugar, este proceso evolutivo discurre parejo hacia un mayor refinamiento estilístico, apreciado particularmente en sus últimos conciertos para violín, cuyos movimientos lentos manifiestan un grado de elegancia y pulcritud aledaño a lo galante.
 

  En sucesivas entregas iré publicando, por bloques temáticos, lo que viene a constituir una selección de la totalidad de la música instrumental de Antonio Vivaldi. Tras haber escuchado cerca de 600 obras, me he propuesto elaborar una completa antología que resulte útil tanto para quienes deseen introducirse en su catálogo como para quienes ya estén familiarizados con el mismo o deseen profundizar en alguna parcela de su interés. Queda fuera de mi análisis la maravillosa música vocal del maestro, cuya grandeza es felizmente equiparable a la que aquí traeremos.
  Como en cualquier antología que se precie, he debido sortear diversos escollos. No ha sido el menor de ellos la recopilación de grabaciones, si bien su moderna difusión a través de plataformas virtuales facilita una labor que años atrás hubiera resultado considerablemente ardua. En cuanto al proceso selectivo, salvadas aquellas partituras de admisión incuestionable, he procurado elaborar un compendio de las más relevantes a mi juicio o, si se quiere, las que me parecen más logradas, originales y bellas. Aunque en una obra tan abundante y de tantísima calidad global, tal conclusión no siempre es evidente, ni siquiera inmediata: el porqué se queda fuera una determinada composición no responde únicamente a criterios objetivables, sino al gusto personal del antólogo, que a su vez puede variar en virtud de múltiples factores, incluso en un breve período de tiempo. Partir de una interpretación más o menos brillante, por ejemplo, conlleva el riesgo de dejar de lado piezas que quizá en manos de otros ejecutantes recibirían un atractivo superior, máxime en la música barroca, donde no todo está escrito y queda un formidable margen para la improvisación y fantasía del intérprete: así, podría citar algunos casos de obras finalmente incluídas en esta antología, las cuales, si me hubiera dejado llevar por la calidad de sus respectivas grabaciones, no habrían resultado elegidas. Para concluir con esto, diré que me conformaría con no haber incurrido en alguna omisión que alguien pueda calificar como grave, por más que este riesgo sea intrínsecamente inevitable, y como tal lo asumo.
  El inventario es de muy fácil consulta, pues como señalé al comienzo las obras aparecen encuadradas en listas de bloques temáticos, siguiendo individualmente la numeración asignada a las mismas en el catálogo Ryom (RV en abreviatura)[1]. Dentro de cada bloque, algunas aparecen sombreadas en color naranja, tratándose de aquellas que, en su conjunto, considero merecedoras de una excepcional valoración o atractivo. Lo cual no obsta para que algún movimiento de las restantes, tomado por separado, sea asimismo merecedor de dicha consideración; motivo éste por el que advierto del error que supondría “conformarse” con la exclusiva escucha de las composiciones sombreadas.
  La primera entrega que ahora publico, alojada en la sección ANTOLOGÍAS MUSICALES del blog, está dedicada a sus conciertos para violín y orquesta, el género abismalmente mayoritario de su producción, para el que compuso los aproximadamente 230 conciertos que se conservan. De ellos propongo una selección de 86, de los cuales 19 merecen a mi juicio la máxima calificación. Para acceder al primer capítulo de la antología, pinchar aquí.


  Por último, quiero dejar constancia del sorprendente hecho de que un compositor situado indiscutiblemente en el Olimpo de los grandes no fuese apenas reconocido como tal hasta mediados del siglo XX. Hasta entonces, gran parte de su obra era prácticamente desconocida, y el necesario afloramiento de su valía corrió parejo al de la correcta interpretación de su música tanto desde el punto de vista formal como desde el material, con instrumentos y agrupaciones más adecuadas a las que tuvo en mente este genial y ubérrimo creador, cuya excelsitud universal resplandece ahora al fin para nuestra más inestimable y bienaventurada satisfacción.

              Concerto con molti strumenti RV 558 (Allegro molto)         


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[1] Ryom-Verzeichnis (RV) o catálogo Ryom, elaborado por Peter Ryom en 1973. Actualmente, bajo la dirección de Federico Maria Sardelli, sigue incorporando nuevas obras y descartando otras en un proceso de continua revisión.

[2] La colección de sonatas titulada “Il Pastor Fido”, editada como su Opus 13, es en realidad obra de Nicolas Chédeville.

[3] El emblemático esquema formal empleado por Vivaldi, conocido como ritornello, consiste en la alternancia de un estribillo con episodios de carácter solista.




© Álvaro César Lara, 2016 - Todos los derechos reservados

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