Espacio destinado a la divulgación de mi obra poética. También muestra algunas de mis preferencias literarias, musicales, cinematográficas o artísticas en general.



miércoles, 20 de marzo de 2019

MÚSICA DE CÁMARA


  Qué admirable es esa insólita capacidad de la música de cámara para establecer un diálogo intensísimo entre los intérpretes, de cuya inefable y manifiesta comunión se beneficia el público en el seno de un recinto apropiado. Dicho fenómeno me parece especialmente notorio cuando los instrumentos que intervienen son de la familia de la cuerda: en tal ámbito quizá sea el cuarteto la agrupación idónea, la estructura más equilibrada; la quintaesencia, acaso, de una perfecta geometría musical, a la que los compositores han venido entregando sus mayores energías.

 Pero también el trío detenta esa suprema virtud: violín y chelo, entrelazados por la voz de médium de la viola, producen una combinación de sutilezas equiparables. Y si bien el número de composiciones y prestigio son menores frente al cuarteto, no por ello el género deja de aportar algunas obras maestras a la historia de la música, como el Divertimento en mi bemol mayor, KV 563, de Mozart, única y sobresaliente aportación del salzburgués al repertorio para trío de cuerda. Cabe señalar que el motivo de ese menor interés de los autores —a partir de Haydn— hacia el trío con arcos es, probablemente, el reiterado cultivo del mismo durante el Barroco, que indujo a considerarlo después como práctica arcaizante y a su fructífera sustitución por el formato de trío con piano (piano, violín y violonchelo).  


 A propósito de la literatura camerística, el Mozart de la última etapa ofrece obras de aquilatada estilización, que permiten —con todas las reservas— entrever los sucesivos pasos que la vida le impidió dar. Incluso partituras como el mencionado Divertimento KV 563, bajo el esquema a priori más liviano de la serenata, revelan una trascendencia de la forma hacia la consecución de un calado expresivo superior: véase, como ejemplos, su bellísimo, grave y acuoso adagio; la trabada arquitectura de un movimiento inicial que no empaña su límpida escucha; o ese soberbio planeamiento del ritmo que encontramos en el allegro conclusivo.

 Y qué estimulante es partir desde ese Mozart maduro hacia el primer Beethoven, pleno de encanto y reflexión sobre la música antecesora: así sucedió en la velada que propicia esta nota, sólo que en orden inverso a su cronología. En ese sentido, es verosímil suponer que su Serenata para violín, viola y violonchelo en re mayor, op. 8, tomase el modelo de la obra mozartiana citada, aunque ya he escrito varias veces sobre cómo, dentro de los patrones clásicos de su primera época, descuella ya el genio beethoveniano: su vivaz aire —por momentos cercano a lo marcial— y un disfrutable encanto melódico hubieran bastado para asegurarle un puesto de relieve en la historia. Pero la cosa iría a mayores... una primera y revolucionaria vuelta de tuerca estaba por llegar... ¡y una segunda, incalificable en su época!

 El trío de cuerda integrado por Daniel Sepec (violín), Tabea Zimmermann (viola) y el estupendo Jean-Guihen Queyras (violonchelo) rindió a magnífica altura en un programa que, amén de las obras anteriores, incluyó el Trío para cuerda del húngaro Sándor Veress (1907-1992) —alumno de Kodáli o Bartók, y preceptor, entre otros, de Ligeti—: composición de relativo interés, entre lo serial y el paradigma del folclore centroeuropeo.

  

LICEO DE CÁMARA XXI AUDITORIO NACIONAL DE MÚSICA | SALA DE CÁMARA

JUEVES 14/03/19

Daniel SEPEC violín, Tabea ZIMMERMANN viola, Jean-Guihen QUEYRAS violonchelo


                                                  Mozart - Divertimento KV 563 (Adagio)



© Álvaro César Lara, 2019 - Todos los derechos reservados


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